Qué nos pasa by Enrique Murillo

Qué nos pasa by Enrique Murillo

autor:Enrique Murillo [Murillo, Enrique]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 2002-01-06T00:00:00+00:00


* * *

Mientras él se acercaba a la barra, Julia apuró la copa y se fue.

Arturo pidió el último ouzo y subió a la habitación tan pronto como la camarera le avisó de que su turno estaba a punto de concluir. Tampoco esa noche llevaba uniforme, claro. Y esta vez no había modo, él trataba de alentarse a sí mismo, venga, venga, venga, pero no hubo manera de terminar, y el sudor se hacía cada vez más ácido, y la piel estaba más y más irritada, en los pliegues, en donde rozaba la piel también sudorosa de la camarera, que acabó dando señales de agotamiento, pero por mucho que ella se cansara él lo intentaba de nuevo, aquello era cada vez más desesperante, cada vez más imposible, no era que estuviese cansado, no era el calor.

Por mucho que se empeñase le resultó imposible llegar a nada, ningún final mínimamente aceptable, no se acaba nunca, no se acaba nunca, pensaba mientras su cuerpo insistía, pero no era su cuerpo, eran de otro los riñones que empujaban y golpeaban con fuerza, y cuanto más trataba ella de animarle con sus contorsiones y sus palabras de ánimo, extrañas y totalmente incomprensibles, más lejos parecía estar él de llegar a ningún lado, más ajeno le parecía ese animal que arremetía con fuerza desesperada, entonces quién es ésta, y quién soy yo si no soy el que quiere correrse ni el que no se corre ni tampoco el que mira todo esto como quien ve una película porno que ya ha visto cien veces, y si sólo soy el que piensa todo esto ¿quién es éste que no ceja, quién mueve sus miembros, quién suda y maldice y empieza a odiarlo todo, quién la odia a ella, y a la bestia ruidosa que impone sus exigencias?

—¡Vete! —le gritó finalmente a la camarera.

Vete antes de que te mate, pensó. Sin decirlo. Pero lo pensó. No tienes la culpa de nada, pero podría hacerlo.

Ella le miró sin entender, notando la violencia contenida a duras penas, pero más que agradecida ante la posibilidad de librarse de aquella situación. Ni siquiera fue a lavarse.

No tienes la culpa de nada, pensó otra vez mientras miraba el cuerpo de la camarera que recogía sus cosas, te mataré, lárgate ya, tan jovencita pero con el culo ligeramente gacho, los pechos pequeños, feos, en forma de pera, los hombros caídos, y no tenía ya ganas de follar ni de matar, sólo empezó a sentir una pena horrible, una pena horrible.



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